El mercado de las bicicletas eléctricas ha llegado, por fin, a una fase de madurez. Tras años de crecimiento vertiginoso, los datos de 2024 nos muestran un escenario más sereno, pero no por ello menos prometedor. Los datos recién publicados en el informe anual de Las Grandes Cifras del Sector del Bike muestran una caída contenida en facturación y precio medio, así como una estabilización de las unidades vendidas.
Es cierto que las e-bikes han perdido un poco de fuelle en ingresos, con un descenso del -5,82% en facturación y un precio medio a la baja, situado ahora en 2.533 €. Sin embargo, detrás de estos datos hay una lectura positiva: se ha vendido prácticamente el mismo número de unidades que en 2023 (247.667), lo que indica que el interés por las bicicletas eléctricas no decae. Al contrario: se consolida.
No olvidemos que hablamos de un segmento que, a pesar de todo, sigue representando el 41,5% de la facturación total en cuanto a ventas de bicicletas en España. En otras palabras: cuatro de cada diez euros que se invierten en comprar bicis, se destinan a e-bikes. Y, en un contexto marcado por el sobrestock, las rebajas agresivas y la cautela del consumidor, es una señal inequívoca de fortaleza.
Durante años se pensó en la bicicleta eléctrica como una solución de nicho: para personas mayores, para quien no tenía una buena condición física o como alternativa puntual al coche. Hoy, este enfoque ha quedado superado. Las e-bikes son ya una opción viable y deseada para una amplia franja de la población, desde ciclistas urbanos hasta deportistas, familias, turistas o repartidores. Las e-bikes ya son una opción de masas.
El cambio cultural es profundo, aunque no homogéneo. España, sigue sin una relación fuerte y estructural entre movilidad urbana y bicicleta, como sí ocurre en otras economías europeas. Las razones son múltiples: falta de infraestructuras, cultura del coche, escaso apoyo institucional… y también, pocos incentivos fiscales o ayudas a la compra a escala estatal. Unas barreras que frenan no solo a los consumidores, sino a todo el ecosistema profesional que vive del ciclismo.
Aun así, el desarrollo de nuevas categorías como las e-Cargo, las de largo recorrido o las orientadas al cicloturismo está ayudando a ampliar el mapa de usuarios. Las bicicletas eléctricas ya no son una moda: son una herramienta útil y polivalente que responde a usos muy diversos. Esta diversificación, además, permite a marcas, distribuidores y retailers identificar nuevas oportunidades de negocio.
Uno de los elementos que menos se comenta, pero que tiene gran relevancia, es el ciclo de renovación de producto. Muchas personas que adquirieron su primera e-bike entre 2020 y 2022 –años dorados impulsados por la pandemia – se encuentran ahora a las puertas de plantearse su reemplazo. Las razones son claras: desgaste de componentes, evolución tecnológica y mejora de prestaciones. Todos los que se compraron una primera e-bike y están contentos con ella, quizá ya se planteen subir de nivel.
Es decir, puede que no exageremos si decimos que no estamos lejos de un nuevo repunte de compras de e-bikes por parte de usuarios que ya han vivido la experiencia y no van a renunciar a ella. Si la industria sabe anticiparse, puede prepararse para captar este nuevo impulso con producto adecuado, stock gestionado de forma inteligente y estrategias de comunicación alineadas con las expectativas del consumidor.
El mercado de las e-bikes parece que se ha estabilizado, pero eso no significa que el sector pueda dormirse en los laureles. La competencia es feroz, los márgenes ajustados y el contexto macroeconómico aún incierto. Ahora, más que nunca, el reto está en crear valor: ofrecer producto diferencial, soluciones de financiación, posventa de calidad y una experiencia de compra coherente con el nivel de inversión que supone adquirir una e-bike, que no es poco. Estabilidad, sí; complacencia, no.
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